Hoy me paso para reflexionar sobre un tema que hace siglos cobró importancia y se ha tratado, por ejemplo, en poesía de múltiples maneras. Os hablo de la fugacidad de la vida; el tan mentado Carpe diem que el poeta romano Horacio inmortalizó. No vamos a entrar en disquisiciones de si es mejor usar la razón para actuar en todos los momentos de nuestra vida o si es mejor guiarse por el corazón y los impulsos. Siempre habrá opiniones opuestas y todas son respetables. Cada uno debe vivir su vida de la manera en que sea más feliz.
Volviendo al tema que nos atañe, la fugacidad de la vida es algo que a atormentado a todos los mortales. La muerte es la única cosa que tenemos por certera y cuando se nos presenta de cerca, es cuando nos damos cuenta de que somos más insignificantes que una flor que puede ser arrebatada del campo a manos de un niño que, a pesar de su inocencia, puede deshojarla como un simple juego.
De esta manera, la vida se compone de miles de momentos (de felicidad o no) que tienen una duración en el tiempo. Un tiempo que puede ser breve o todo lo contrario. Sea como fuere, ninguno tenemos una varita mágica que agitar para que nos diga la duración de nuestra existencia. Es así como se llega a la conclusión de que lo mejor es disfrutar de los buenos momentos presentes; los futuros ya vendrán y los pasados quedaron atrás. Algunos han llevado estos términos al extremo de forma que lo único que importa es el presente o, más bien, el día presente (como muchos dicen: “mañana Dios dirá”) O como decía la mismísima Scarlett O’Hara: «Ya lo pensaré mañana» (Lo que el viento se llevó).
Estamos de acuerdo en que hay que vivir el presente, pero también en base a un futuro. Hay cosas que no se pueden dejar al libre albedrío. En este caso podría decirse: «Haz con tu presente lo que quieres que sea tu futuro».
Os dejo un poema de Quevedo que hablaba de la fugacidad de la vida así:
¡AH, DE LA VIDA!
¡Ah de la vida! … ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
Las Horas mi locura las esconde.
¡Que sin poder saber cómo ni adónde
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.
Ayer se fue, mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será, y un es cansado.
En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.
Francisco de Quevedo (1580-1645)
Después, tenemos al gran escritor y poeta argentino Jorge Luis Borges del siglo XX que decía lo siguiente:
El tiempo de Borges
Negar la sucesión temporal, negar el yo, negar el universo astronómico, son desesperaciones aparentes y consuelos secretos. Nuestro destino (a diferencia del infierno de Swedenborg y del infierno de la mitología tibetana) no es espantoso por irreal; es espantoso porque es irreversible y de hierro. El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges.
Y siguiendo con nuestro coloquio, como suele decirse: «No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy» Tal y como dice el personaje de Laura, la protagonista de mi novela El azul de tu cielo, a veces nos forzamos a vivir situaciones en las que no encajamos ni aunque tratáramos de hacernos un molde a medida; nos empeñamos en seguir a la razón y obcecarnos en relaciones o decisiones que creemos que son lo mejor, pero que en el fondo solo están minándonos y destruyéndonos porque realmente no son lo que nuestro corazón nos dicta. Parece que nos “gusta” ponernos la vida difícil. Y sí, la vida no es fácil; es un camino de aprendizajes y elecciones, pero por eso mismo es que debemos de aprender a escucharnos, de aquietarnos y oír nuestra voz interior para que nos guíe. Esta teoría puede aplicarse a la elección de un trabajo, una relación, un grupo de amistades, etcétera. ¿Cuántas veces creemos estar en el sitio “adecuado” y, sin embargo, “no somos felices, no nos sentimos libres o nosotros mismos”? El miedo muchas veces nos coarta y nos hace “decidir mal” o incluso perdernos vivir algo que podría habernos hecho más felices.
Con respecto al miedo, Alison, la protagonista de mi trilogía de los enigmas, le decía a Daniel lo siguiente: «Su corazón latió mientras vivió. ¿De qué sirve vivir sin más si tu corazón está muerto?» // «Her heart beat while she lives. What’s the use of just living if your heart is dead?» (El enigma del laberinto perdido /The Enigma of the Lost Labyrinth)«
O como diría el personaje Tom Baxter en La rosa púrpura de El Cairo: «¿De qué sirve vivir si no te arriesgas de vez en cuando?»
Sin más, dejo estas divagaciones por hoy. Os dejo reflexionando sobre la vida y en manos de la eterna literatura. Saludos.
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