Estos días estoy teniendo algunos compromisos como escritora y no he tenido tiempo suficiente para redactar una nueva entrada. Así que he decidido mostraros un relato breve que tuve la gran suerte de poder publicar en el 2016 para el XIII Libro de alumnos de la Escuela de Escritores de Madrid, titulado La mancha mínima. Fue mi primera publicación y la recuerdo con un cariño y emoción inmensos. Os lo adjunto más abajo para quien quiera leerlo. Espero que el traductor no haga de las suyas y distorsione demasiado el texto para los que sois extranjeros.
Sin aliento
Nuria Elisabeth Sánchez
Agradecimientos a Antonio, mi profesor, a mis compañeros y a todas las personas que habéis confiado en mí y me habéis acompañado en esta aventura de escribir y cumplir mi sueño. Como dicen en una de mis películas favoritas: «Delgada línea separa la coincidencia del destino».
Me acomodo en la silla ante la mesa y observo las pantallas sin prestar mucha atención. La noche va a ser larga. ¿Con quién me tocará compartirla? Me llama la atención un folleto que hay sobre la mesa, lo cojo y comienzo a leerlo. En ese mismo momento se abre la puerta y me sobresalto.
—Adivino que estás deseando ver la nueva exposición de momias —dice jovial mi compañero que entra y cierra la puerta.
—¡Tú siempre tan chistoso, Alex! —Sonrío—. Es lo que tiene trabajar en el Museo de Antigüedades Egipcias, ¿no? —Veo que arquea las cejas divertido—. No puedo negarte que me gusta todo esto.
Observo que posa la mano en la porra y la seriedad envuelve su semblante. Con la otra mano se afloja un poco la corbata y sus ojos azules me penetran.
—Yo tampoco puedo disimular cuando algo me gusta. —Me mira y trago saliva, y mi corazón se acelera al ver que camina hacia mí.
Alex agarra enérgico la silla como si fuera a apartarla y doy tal respingo que se me cae el folleto. Se sienta y me vuelve a mirar.
—A ver qué se cuece esta noche. Es divertido vigilar si se levanta alguna momia. Recuerda que la de Ramsés movió un brazo en su día.
—No juegues con esas cosas. Me dan respeto.
—¿De verdad te impone, Megan? —Me mira serio.
—Hay cosas que me imponen aún más —le digo sin dejar de mirarlo. Lo veo tragar saliva. Mi corazón comienza a desbocarse cuando observo que se acerca despacio. Una corriente eléctrica me invade al notar el contacto de sus manos sobre las mías. Su boca está a escasos centímetros de mis labios, va a besarme. De repente, empieza a sonar una alarma que nos sobresalta. Alex empieza a mirar con el rostro desencajado las pantallas.
—Viene de la sala donde está Tutankamón.
—¿Puede haber saltado por algo? —le digo aturdida. Veo que se levanta.
—No lo creo.
—No veo que haya nadie en ninguna parte del museo. ¡Qué extraño!
Observo que Alex abre la puerta y camina por el pasillo. Me apresuro a seguirlo. Caminamos con sigilo hacia el ascensor.
—Deberías quedarte y vigilar.
—¡Ni hablar! No pienso dejarte solo. —Me mira enternecido por un instante. Me agarra y me hace entrar en el ascensor.
Subimos a la planta de arriba y comenzamos a caminar deprisa hacia la sala del tesoro. El sonido de la alarma perturba mis oídos. Noto la sangre correr acelerada por mi cuerpo y el pulso parece que mueve mis sienes. Empiezo a sentir un sudor frío cuando entramos en la sala. De repente, la luz se va y nos quedamos a oscuras. Tanteo el espacio en busca de Alex e intento reprimir mis apremiantes ganas de chillar. Siento que me estrecha contra su pecho y noto su respiración agitada. El sonido ensordecedor de la alarma deja de sonar. Se escucha un golpe en el pasillo y me aferro a Alex. De pronto, la luz vuelve. Vemos ante nosotros una vitrina rota junto al sarcófago de Tutankamón. ¡Han robado una estatuilla de oro! Alex echa a correr con la pistola en la mano. Lo sigo lo más rápido que puedo. Veo que baja apresuradamente las escaleras y se adentra en la sala principal de entrada. Agarro mi porra y me aflojo la corbata para respirar mejor. Vuelve a oírse un golpe y me recorre un escalofrío. Mi cuerpo se tensa. Nos adentramos con sigilo muy lentamente como león que caza a su presa. Nos escondemos tras el primer sarcófago. Alex se asoma precavido al siguiente y así una y otra vez repetimos el movimiento hasta llegar casi al final de la estancia. De nuevo un ruido procedente del pasillo de columnatas paralelo a la estancia nos pone en alerta. Alex salta al centro de la sala con el arma empuñada. Su mirada es tan desafiante que me estremezco.
—¡Sal de donde estés o disparo! —grita autoritario.
El corazón parece que va a romper mi pecho en mil pedazos. Veo cómo Alex gira sobre sí mismo sin dejar de empuñar el revólver. De repente, un hombre medio enmascarado sale de detrás de la enorme estatua de Ramsés y se abalanza sobre Alex por la espalda. El impacto hace que la pistola salga disparada al suelo. Ahogo un grito desde mi escondite al ver que tiene un cuchillo en la mano y se lo pone en el cuello. Alex forcejea y consigue zafarse del ladrón. Agarra la porra y la agita amenazante.
—¡No me obligues a usarla! ¡Suelta el cuchillo! —le grita.
El hombre le asesta una patada en el estómago y le hace agacharse. Veo el cuchillo. Trago saliva. El miedo me tiene prisionera y no me deja actuar. Observo cómo Alex se recompone y le atiza con la porra en el costado, pero el hombre no se achanta y lo embiste una vez más. De repente, le asesta un puñetazo a Alex y lo vuelve a agarrar por el cuello. Veo que presiona con fuerza para ahogarlo. ¡No aguanto más! Salto por la barandilla de piedra lo más sigilosamente posible y rodeo la sala hasta colocarme tras la estatua de Ramsés. Sujeto con fuerza la porra y comienzo a acercarme despacio. Los veo forcejear. Presa del pánico y movida por el instinto de proteger a Alex, me armo de valor y, cuando llego junto al ladrón, alzo la porra y golpeo su cabeza con precisión con la intención de noquearlo. Al momento cae desplomado al suelo. Freno su impacto con mi pie y me apresuro a ponerle las esposas. Alex me mira con una mezcla de ahogo y fascinación. Se agacha, hurga en el pantalón del ladrón y saca la estatuilla de oro. Va a llamar a la policía, pero no lo hace. Avanza hacia mí. Trago saliva.
*Nota: Este relato está publicado y contiene copyright. La copia o distribución sin el consentimiento del autor está prohibida.
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