jueves, 12 de marzo de 2020

FINAL DEL CAPÍTULO PRIMERO DE EL ENIGMA DEL LABERINTO PERDIDO

Buenas noches a todos. Comparto con vosotros el final del primer capítulo de mi novela El enigma del laberinto perdido.



Al cabo de un rato, sale a la calle y mira al cielo. «No tardará mucho en llover», piensa al ver que está casi completamente negro. Se dispone a caminar despacio. Al pasar junto a la señalización que indica «Parque del Retiro» a la izquierda, se detiene, otea de nuevo el cielo, titubea por un instante sin dejar de mirar la indicación y finalmente continúa recto. Camina ensimismada, sin prestar atención a la gente que va en sentido contrario al suyo. De repente, el ladrido de un pastor alemán la devuelve a la vida real. Observa que el perro corre hacia ella con algo en la boca. Se detiene expectante y frunce el ceño cuando llega hasta ella; ve que deposita un folleto ante sus pies y echa a correr de vuelta en busca de su dueño. Lo ve perderse entre la gente. Extrañada, se agacha y contempla el papel. Abre los ojos desmesuradamente al ver que se trata de una promoción de una excursión a Egipto organizada por una agencia de viajes. Se recrea por un segundo en la foto de las pirámides de Gizeh y menea la cabeza. Empieza a andar y vuelve a mirar al cielo. «Piensa, piensa, ¡piensa! No puede ser tan difícil», se insta. En ese mismo momento, como si tuviera una extraña conexión con las nubes, un resplandor ilumina todo el cielo. Se alarma y baja la mirada al suelo. Comienza a caminar con rapidez y en poco tiempo llega a su piso. Entra y cierra la puerta de golpe. Se dirige hacia su cuarto y se detiene ante la cómoda. Observa uno de los portarretratos y lo coge. Mira la foto y sonríe.
—¡Ay, tía! Ojalá estuvieras conmigo ahora —le dice al retrato al tiempo que lo acaricia.
Contempla los ojos risueños de su tía y como la abraza. Sonríe de nuevo al recordar aquel día.


—¿Te ha gustado el regalo, entonces? —le pregunta su tía sonriente.
—¡Sí! —grita emocionada—. ¡Es el mejor regalo del mundo!
Su tía ríe levemente.
—¡Ay, pequeña! —se rinde tierna. Le extiende la caja y el libro—. Toma. Guárdalo, que no se pierda.
Espera a que Alison guarde los regalos en su mochila y sonríe.
—¿Y no puedo usarlo ahora? —dice con cara suplicante.
—No, cariño. Es un regalo para cuando seas mayor. —Ve que el rostro de su sobrina refleja la desilusión—. Piensa que siempre puedes verlo y, cuando seas mayor, podrás ponértelo. Recuerda que será tu amuleto de la suerte y que cuando me necesites o necesites inspiración, bastará con que te lo pongas.
—¿De verdad? —pregunta sonriente de nuevo.
—De la buena. —Sonríe.


Devuelve el portarretratos a la cómoda y abre el joyero. Introduce la mano en su interior y saca un colgante de oro. Lo observa al tiempo que acaricia la placa redonda con el dedo gordo. Siente el tacto del grabado bajo su piel. Abre la cadena y se la lleva al cuello para ponérselo. De repente, un trueno la sobrecoge y se contempla en el espejo. Empieza a llover con fuerza. Observa la inscripción árabe del colgante, lo aprieta con la mano, respira hondo, se dedica una mirada firme y camina decidida hasta su despacho. Se dirige hacia el escritorio, se sienta, enciende el portátil y hace amago de comenzar a escribir. Un trueno resuena. Permanece pensativa, con la mirada perdida durante unos minutos mientras oye el sonido de la lluvia. Enseguida empieza a escribir. Durante horas sigue centrada en su trabajo. La tormenta todavía continúa, pero, aun así, Alison Martínez escribe con rapidez e intensidad el final de su novela, como si fuera una carrera contrarreloj. A medida que se acerca el final, siente un impulso intenso por hacer que no acabe bien. Es como si algo en su interior le gritara que si no lo hace, se equivoca. Los truenos resuenan en su cabeza en un espacio corto de tiempo. La rapidez de sus manos supera a la del viento. Se siente tan angustiada y nerviosa como la protagonista y desea terminar con esa tortura. Alison nota que el sudor le corre por la frente mientras la tormenta amaina. No se detiene ni un solo instante, nada la interrumpe, está totalmente concentrada. Aunque en aquel momento se le hubiese ido la luz a causa de la tormenta, no habría dejado de escribir. Ya está a líneas del ansiado final, su euforia crece por segundos. Siente que no quiere seguir por el camino de ese desenlace, desea cambiarlo. Continúa escribiendo el párrafo final.
Al cabo de un rato, deja de escribir y observa la última página de su obra en la pantalla. Respira entusiasmada y mira hacia la ventana. La tormenta ha acabado y es de noche. Se sorprende al mirar el reloj y ver que son las nueve. Como impulsada por una fuerza sobrenatural, se levanta de la silla, se dirige al salón con rapidez y enciende la tele. Sale el primer canal, pero está el telediario y hace un mohín. Se siente mal con las desgracias del mundo. Se dispone a cambiar de canal cuando suena el timbre. Se asombra al ver que es su amigo Carlos, el editor. Abre alegre la puerta y lo sorprende.
—¡Vaya! Te pillo entusiasmada, por lo que veo. ¿Buenas noticias?
—¡Hola! Pasa. —Lo conduce al sofá—. Pues sí, ¡buenas noticias! Acabo de terminar la novela, parece que lo intuiste.
—¡No me digas! Me alegra mucho saberlo, así hoy mismo sabré el final —aplaude emocionado.
—A todo esto, ¿por qué has venido?
—¡Ah! Bueno, pensaba que estarías desolada porque no eras capaz de terminar y venía a invitarte a cenar.
—¿En serio? —dice asombrada.
—Por supuesto, querida —admite con una sonrisa seductora y ve que ella ríe.
—Eres un encanto; gracias, de verdad. Espera, que cojo mi bolso y el abrigo.
—¡Bah! Bolso ¿para qué? Invito yo —expone.
—De eso nada.
Al poco tiempo, ambos cenan en un elegante restaurante de Sol.
—Bueno y dime, ¿qué título le pusiste al final?
Alison le dedica una sonrisa misteriosa.
El enigma del laberinto perdido.
Carlos se regodea en el sonido de la frase mientras lo repite mentalmente.
—Mmm… ¡Me encanta! ¡Es perfecto!
Ambos ríen con complicidad.




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