¡Buenas tardes, lectores! Hoy quiero
hablaros de una mítica película que no deja indiferente a nadie que la visione
incluso hoy en día. Os hablo de Drácula, de Bram Stoker de 1992,
dirigida por Francis Ford Coppola; guion escrito por James V. Hart. Un
largometraje de terror y romance de una duración de 122 minutos que recibió Oscar
al mejor vestuario, maquillaje y efectos sonoros.
La película es una adaptación del
clásico de Bram Stoker, una novela de fantasía gótica que el autor irlandés
publicó en 1897. Trece años le llevó al guionista James V. Hart
trasladar a la pantalla el proyecto que él consideraba "el verdadero
Drácula", tras comprobar que todas las películas hechas sobre el mítico
personaje empalidecían al compararlas con el texto original que escribió el
novelista victoriano Bram Stoker.
El espectacular reparto incluye a Gary
Oldman como Drácula, Winona Ryder como Mina/Elisabetha, Anthony
Hopkins como Van Helsing y Keanu Reeves como Jonathan Harker.
SINOPSIS
Antes de convertirse en vampiro, el
conde Drácula era el príncipe Vlad, que vendió su alma al diablo al enterarse
de la muerte de su amada. Cuatro siglos más tarde, Jonathan Harker, un joven
abogado que viaja a un castillo perdido en el este de Europa, es capturado por
el conde Drácula. Inspirado por una fotografía de la prometida de Harker, Mina,
Drácula viaja hasta Londres buscando la reencarnación de su antiguo amor.
El largometraje es una mezcla de
terror y amor que se muestra a través de unas escenas muy cuidadas que
transmiten con fuerza cada oscuro pensamiento o sentimiento de Drácula. Puede
sentirse su presencia hasta incluso cuando el personaje está fuera de
campo. Incluso podemos ver una disociación de su pensamiento cuando vemos
a su alargada sombra haciendo lo que realmente desearía hacer al tiempo que
vemos a Drácula reaccionando contenido, reprimiendo sus deseos más oscuros.
Planos muy llamativos como los
detalles de los ojos, los recuerdos reflejados en el iris del ojo, la
aceleración del plasma sanguíneo, el parpadeo de las pestañas, la unión de
elementos en una sola visión… Son imágenes del género terror increíbles que el
director Francis Ford Coppola ha sabido captar a la perfección creando una
atmósfera de inquietud continua.
El huracanado viento que se desata
junto a la tormenta cada vez que Drácula se aproxima lleno de rabia, cada vez
que busca a su presa sediento de sangre. Los animales se ponen inquietos, las posibles
presas se erotizan… Todo este tumulto de imágenes que demuestran el gran poder
que tiene el conde y que apabulla al público que espera expectante sin saber
muy bien qué va a ocurrir a continuación.
También es reseñable la simbología
visual en las que destaca la sangre brotando de la cruz de Cristo cuando
Drácula renuncia a Dios y se entrega al diablo y vemos a las esculturas de los
ángeles llorando sangre. También cuando Mina llora al recordar que Elizabetha
se suicidó y Drácula convierte sus lágrimas en pequeños diamantes.
Por supuesto, la sangre es el
elemento estrella de la película y, sí, en ocasiones hay escenas muy sanguinarias
que resultan espeluznantes, pero no olvidemos que estamos visionando terror.
Por otro lado, dejando lo visual y estético,
si nos centramos en la historia, vemos un trasfondo romántico (uno de los
motivos por los que esta adaptación es la que más me gusta de las películas que
hay sobre Drácula). Se te pone la piel de gallina cuando ves al principio de la
película a un príncipe rumano Vlad Tepes, ferviente caballero de la Orden del
Dragón, dando las gracias a Dios por ayudarlo en la batalla y por dejarlo vivo
y que, al llegar a casa, descubra que la noticia falsa de su muerte en batalla
empujó a su novia al suicidio. Verlo lleno de sufrimiento por la pérdida y
revelar toda su ira contra Dios renunciando a él, resulta escalofriante.
Que el motivo de convertirse en un
vampiro humano sea esperar a la reencarnación del amor de su vida resulta
impactante (cuatro siglos de espera para volver a reunirse con ella, pues
descubre que Mina es la reencarnación de Elizabetha).
Lo más emotivo de todo esto es que
descubrimos que Mina queda prendada de Drácula nada más verlo y que puede
reconocerlo por su voz, su mirada. Se siente “en casa” cuando está con él y
aunque están en 1897, ella rompe con el canon de fidelidad y mantiene un
romance con Drácula. No puede evitar quererlo. En una de las cenas con él,
termina recordando el castillo, el paisaje, el sufrimiento de Elizabetha y su
suicidio. Pero todo se complica al recibir una carta de su actual prometido
Jonathan Harker (quien tomó como rehén Drácula) y pedirle que vaya a buscarlo
donde se haya refugiado y se casen allí. Mina, movida por el buen hacer y el
deber, decide romper relaciones con Drácula y marcharse a casarse con su
prometido. Esto entristece y enfurece a partes iguales a Drácula quien llora
sangre hasta quedar reducido a nada para resurgir de la ira e ir a arrebatarle
la vida a Lucy, la amiga de Mina a quien ya había estado chupándole sangre
anteriormente, y convirtiéndola en vampiro.
Mina, al regresar y enterarse de la
muerte de su amiga entristece. Cuando vuelve a encontrarse con Drácula, le
confiesa su amor por él y la inevitabilidad de la fuerza de ese sentimiento que
gobierna sobre ella. Le confiesa que llevaba una eternidad anhelando el
contacto con su piel, besarlo… de regresar con él. Entonces le pide que le diga
la verdad sobre quién es y qué es al descubrir que en su pecho no hay latidos.
Drácula le confiesa la verdad y Mina lo odia por ser el asesino de Lucy, pero,
a pesar de todo, su amor es más fuerte y está por encima de todo. Le pide que
la muerda y la convierta en su pareja para toda la eternidad. Drácula tiene un
momento de rendición en el que se arrepiente de arrastrarla a su terrible
tormento, pero Mina insiste y bebe de su sangre para transformarse y estar
unida a él para siempre, sin miedo a que la muerte los vuelva a separar.
Pero, una vez más, son los humanos
los que se interponen en su amor. Jonathan, Van Helsing y su equipo los
persiguen para dar caza a Drácula quien tiene que huir sin Mina.
Al final, Mina trata de salvar la
vida de su amor, pero Harker y Morris lo hieren. Lo lleva al interior de la
capilla en la que en 1462 Drácula renunció a Dios. Allí lo vemos, moribundo, en
brazos de Mina quien llorando lo besa. Drácula lanza la pregunta retórica: “¿dónde
está mi Dios? Me ha abandonado.” Vuelve a su apariencia normal y le pide a Mina
que lo libere, que le dé paz (que lo mate). Mina le corta la cabeza y en ese
momento ella también es liberada de la maldición.
La película termina con un fresco de Drácula
con la princesa Elizabetha iluminándose, simbolizando que se han reunido al fin
en el cielo.
Os recomiendo a los que no hayáis visto
esta película que lo hagáis y disfrutéis de un clásico. Yo la vi hace muchos
años, pero quise verla de nuevo para tener una nueva perspectiva ahora que
puedo fijarme en muchos otros matices.
¡FELIZ LUNES!
Para
cualquier duda o consulta:
contactonuriaelisabeth@gmail.com
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