OS DEJO EL PRIMER CAPÍTULO DE SIN ALIENTO: CUENTA ATRÁS
(Novela candidata al Premio Literario Storyteller Amazon 2020)
1
VÍCTIMA UNO
Enero de 2016, Nueva York
La llama de la inquietud prende en mí.
Tengo la rara sensación de que ese BMW me sigue, pero ¿por qué? Intento
desechar esa absurda idea, me abrocho el primer botón del abrigo y acelero el
paso. El maletín se convierte en una carga pesada y el frío es cada vez menos
soportable. Miro hacia el parque cubierto por el manto blanco de la nieve y
siento un escalofrío al oír el motor del coche. Sin saber
muy bien por qué, me giro despacio y miro hacia el vehículo. No consigo ver bien
al conductor, pero un extraño instinto de supervivencia me hace
correr hacia el parque. Alcanzo a oír como derrapa y frena bruscamente. La
tensión hace que me sienta como un guepardo en la carrera tras su presa. Agarro
con fuerza el portafolios y corro todo lo que me dan las piernas. Maldigo al
ver que está empezando a nevar; me detengo agotado. Al oír pasos apresurados, aligero
hacia un camino y me escondo tras los arbustos blanquecinos. No me atrevo a
asomarme, así que permanezco agazapado en silencio, en alerta. De repente,
distingo como las pisadas aceleradas pasan de largo. Respiro aliviado y me seco
el sudor. Los copos de nieve son cada vez más gruesos y dentro de nada la
ventisca será una cortina perfecta para escapar. Camino despacio en dirección
contraria, pero los pasos regresan; los oigo al otro lado. Es como si alguien
estuviera buscando algo. Quienquiera que sea parece desorientado. Tengo que
reprimir el deseo irrefrenable de huir. El sudor vuelve a resbalarme por la frente.
El aire silba con fuerza y los copos me impactan contra el rostro, pero ni
siquiera siento el frío. De súbito, oigo que golpean uno de los arbustos y la
nieve se desprende de él. Ahogo un grito y al tiempo que mi músculo cardíaco emprende
la huida, lo hago yo. Los pasos se tornan rápidos de nuevo y los oigo dar la
vuelta a la hilera de arbustos. Me apresuro todo lo que puedo. Un intenso dolor
se apodera de mi pecho y mis costillas. Es entonces cuando oigo las pisadas
tras de mí. El pánico anida en mi interior. Corro aún más rápido. ¿Por qué me
persiguen? Mis pulmones están tan al límite que tengo la sensación de que si no
paro, voy a asfixiarme. Me detengo un segundo e intento inhalar y exhalar para
disminuir mis pulsaciones, pero es imposible. Miro levemente hacia atrás y se
me hiela la sangre al ver que se aproxima veloz un hombre encapuchado, vestido
totalmente de negro. Huyo a grandes zancadas al tiempo que la agitación
endemoniada que se desata en mi pecho bombea mi sangre a un ritmo diabólico y,
cuando menos me lo espero, noto que una mano me agarra un brazo y tira para
detenerme. El terror me congela el torrente sanguíneo y me entumece los
sentidos. Soy incapaz de escapar. Sin tregua, el hombre me empuja con tal
fuerza que caigo al suelo de espaldas. Suelto el maletín al notar el impacto.
La nieve amortigua el golpe, aunque al instante siento el frío en la cabeza y
con ello un intenso dolor. Los copos se apelotonan sobre mí. El individuo me
observa impasible. No puedo verle los ojos. El extraño cubrerrostro que lleva
sobre la cabeza se asemeja al de los verdugos, salvo que este deja al
descubierto poco más que las pupilas. Comienzo a arrastrarme hacia atrás y lo
veo hacer un gesto admonitorio con la cabeza. Trato de levantarme para echar a
correr, pero se abalanza sobre mí y me inmoviliza. Los latidos
me atruenan en los oídos y me atormentan con su ritmo infernal. El encapuchado
se pone a horcajadas sobre mí y, al ver sus manos dirigirse hacia mi cuello,
levanto los brazos y forcejeamos.
—¿Quién eres?, ¿qué quieres de mí?
—grito.
El hombre permanece impasible y sigue
batallando conmigo.
—¡Socorro! —vocifero lo más fuerte que
puedo.
De golpe, me agarra las muñecas y las
hace crujir. Un agudo dolor me embarga y grito como un lobo herido. Me baja los
brazos, los coloca paralelos al cuerpo y apoya cada una de las piernas en mis
respectivas muñecas. Vuelvo a chillar a causa del intenso dolor. El agresor me
retira rápidamente la bufanda y aferra las manos a mi cuello. El pánico me
nubla el sentido. Abro la boca y grito con el único aire que aún queda en mí.
Aprieta más las manos sobre mi garganta y la opresión me deja sin aliento.
Vuelvo a abrir la boca e intento respirar. Es imposible. La angustia me invade
y siento que mi cuerpo empieza a entumecerse.
—Qu… e… —Intento articular palabra,
pero no puedo—. Eres.
Quiero verle la cara a mi asesino,
llevarme su rostro conmigo. Tengo que saber por qué quiere matarme… La vista
comienza a nublárseme. El pecho me duele y la opresión de la garganta ya es
insoportable. Inesperadamente, el hombre se detiene. El aire vuelve lentamente
a mí y toso. Él se lleva las manos al cubrerrostro. Cuando le veo el semblante,
me quedo sin hálito; mi alma se desgarra como si un meteorito la hubiera
traspasado a toda velocidad. Sus ojos me dirigen una mirada incendiada en odio.
Abro la boca para gritarle y, antes de que lo haga, me introduce en ella una
bola de nieve. Se me hiela la lengua y toda la cavidad, lo que me provoca un
dolor agudo que se esparce hasta mi cabeza. Empiezo a ahogarme y de nuevo
siento que pone las manos en mi garganta y aprieta más fuerte que nunca. Me
falta el aire y casi no veo. Noto que me arden los ojos. Veo que mueve los
labios y alcanzo a oírlo hablar.
—La humanidad se quedará sin aliento
—dice con voz ronca.
Ejerce presión con fuerza y todo se
vuelve oscuro.
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